Cautivo
- contratiempomx
- 18 ago 2014
- 4 Min. de lectura
Mis ojos parpadean lentamente, muevo mi cabeza de un lado a otro, por un momento había olvidado dónde estoy...
Arlen Cabello

Mis ojos parpadean lentamente, muevo mi cabeza de un lado a otro, por un momento había olvidado dónde estoy. Debí quedarme dormido sin darme cuenta siquiera. Empiezo el conteo progresivo: uno, dos, tres. Aprieto todos mis músculos abdominales, tenso las piernas y estiro los brazos hacia el frente con toda la fuerza que contiene mi cuerpo... nada.
Lo intento nuevamente: uno, dos, tres. En esta ocasión me sostengo un poco más, siento mi cuello despegarse lentamente de esta superficie blanquecina, pero después de unos instantes vuelvo a caer y permanezco en reposo otra vez. La frustración se apodera de mí… ¡maldición! No, tengo que soportar un poco más, es necesario.
Miro a mi alrededor los barrotes marrones. Siguen postrados como siempre, parecen burlarse de mí. ¿Qué se supone que esperan que haga? ¿Escapar en un acto digno de Houdini? Ni siquiera logro sentarme sin ayuda y, aún así, autoritariamente dejan esos barrotes en alto, como para recordarme la situación que atravieso. Ellos mandan. ¡Como si pudiera olvidarlo!
A mi lado se encuentran mis compañeros caídos. El chico de mallas azuladas y playera roja con el símbolo amarillo brillante en el pecho tiene aún la expresión de éxito en su cara, francamente no entiendo de qué va su sonrisa triunfal. Estamos aquí atrapados y lo sabe. Quizá su estadía le ha afectado más que a los otros y ahora comienza a caer en la locura.
Un impulso imprevisto se apodera nuevamente de mí. Quizás si contengo la respiración un poco logre despegarme de aquí. Lo intento como un desesperado... sin ningún resultado. Las fuerzas me han abandonado por el momento, así que sin más remedio contemplo mis manos, las miro fijamente, sin perder ningún detalle, sí, cada dedo sigue en su lugar. Siguen siendo cinco en cada mano, sin embargo, les repaso lentamente para cerciorarme que estén perfectamente colocados.
Basta de descanso, es necesario continuar, está vez debo intentar desde una perspectiva diferente. Quizá si giro el torso con toda la energía que me queda… el abdomen sigue siendo parte clave, aunque en esta ocasión mis piernas deben completar el trabajo. Mi brazo derecho se estira, mi pierna derecha también lo acompaña y casi estoy de lado.
Cualquiera diría que no es mucho logro, pero es que no saben lo que es encontrarse postrado la mayor parte del tiempo, preso y a plena disposición de mis captores para que hagan y deshagan conmigo lo que les venga en gana.
De pronto lo siento, esa súbita sensación de ir en caída libre, me encuentro ahora boca abajo y mi frente roza la superficie, intento elevar mi cuello, pero el peso de mi cabeza es demasiado y me dejo caer.
Me doy cuenta de que mi brazo izquierdo se encuentra atrapado bajo mi peso, tendría que sostenerme al mismo tiempo que intento sacarlo, pero eso requiere de más energía y, por el momento, el crujido sonoro de mi estómago me recuerda que no cuento con ella. No obstante, es indispensable que haga ese último intento.
Cuento: uno, dos, tres. Aprieto cada músculo del que soy consciente, y tal vez también aquellos de los que no estoy consciente, mantengo especial atención en mi brazo izquierdo, levanto el cuello lo más que puedo y me doy cuenta: mi brazo izquierdo es libre por fin. Sonrió triunfalmente, lo que me recuerda al chico de mallas azuladas y me lo pienso mejor.
Me encuentro boca abajo, éste es el principio del fin. Ahora sé que tanto esfuerzo no ha sido en vano y pronto tendré la facultad de escapar de esta cruel prisión. El peso de mi cabeza comienza a ser tanto que no puedo resistir más y la dejo caer. Mis mejillas se encuentran sobre la superficie blanquecina y una vez más trato de impulsar mi cuerpo hacia arriba, pero el sonido lastimero de mi estómago confirma mi sospecha principal: la energía se agotó. Ahora sí no puedo ir hacia ningún lado, me encuentro rendido y casi sin aliento.
Escucho los pasos de una de mis captores. Sé que es ella, conozco el vaivén de esas pisadas perfectamente, las he memorizado con el paso del tiempo. Debo escapar, no puedo permitirme seguir aquí, víctima de su voluntad. Un último esfuerzo, sus pasos se acercan cada vez más, uno, tenso los músculos de mi espalda, dos, escucho la puerta abrirse con ese chirrido espantoso que me hace estremecer, tres, trato de girar el cuello, pero no obtengo resultado.
Sé que ella está parada muy cerca de mí, aunque no pueda verla. Mi estómago cruje nuevamente. El conjunto de sensaciones, el cansancio y el hambre me han vencido. Un gorgoteo profundo sube lentamente por mi garganta, mientras mis pulmones exhalan fuertemente un alarido de pánico y dolor, lágrimas recorren mi rostro.
La celadora abre los candados que dejan bajar los barrotes marrones. Me toma en sus brazos y acerca mi cabeza hacia su cuerpo, mientras murmulla lentamente: “Sh, sh, sh, ya pasó todo, tranquilo”.
Mi ritmo cardíaco desacelera, comienzo a respirar lentamente hasta soltar un profundo suspiro. Miro a mi alrededor, mis compañeros caídos me devuelven la mirada, mientras los pierdo de vista y me alejan de la habitación. Mi cuna quedó atrás y siento el enorme alivio de estar nuevamente en brazos de mamá, aunque haga conmigo lo que quiera su voluntad.
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