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Brasil 2014: la dialéctica del balón

  • contratiempomx
  • 2 ago 2014
  • 9 Min. de lectura

Esto es un mundial, son anécdotas, hombres y nombres, recuerdos que sin importar el paso del tiempo provocan una que otra lágrima.

Orlando Delgadillo

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Para los románticos, el fútbol representa uno de los logros más grandes que la humanidad haya conseguido en su devenir histórico, un clímax cultural que derivó en la consagración de una de las actividades más amadas en todo el planeta. Individuos como Menotti, Valdano o Villoro, sabios absolutos de la pelota y su inherente relevancia social, entienden que no sólo consiste en representación de la estética motriz y el talento individual y colectivo; sino que es un juego que se funda en los instintos más básicos del ser humano: la furia, la lucha por la supervivencia y la competencia. De ahí el gran atractivo del fútbol, el gran apego que genera con las personas.

Es un deporte muy básico funcionalmente, pero muy complejo en el desarrollo, donde la creatividad y la astucia suelen superar al músculo. Y es que este es el secreto del balompié; cualquiera puede verlo, jugarlo, adorarlo y entenderlo sin muchos problemas, pero su verdadera magia se inserta en la forma en que éste se desarrolla. Ahí, en el encuentro entre el talento y la furia, la idea y el corazón, es donde surgen los amores más grandes. Donde se vive el futbol.

Una vez entendida la fuente de tan desbordados sentimientos por un pequeño cuero, aparece el segundo rostro. Oscuro, hediondo y desagradable. Una cara que elimina toda teoría y posibilidad romántica y bondadosa; que toma el amor y lo transforma en odio, así, sin más. Cuando el corazón se desvela es muy sencillo poder manipularlo, y los grandes empresarios vieron que por donde los botines se arrastraban y el balón retumbaba, los corazones de todas las personas se abrían libremente.

Ante la jugosa posibilidad, el encanto del balompié comenzó a perderse entre marañas monetarias y financieras, que enturbiaron ese encanto innato por patear una pelota. Con el pasar de los años, ingleses, alemanes, italianos y franceses comenzaron a lucrar álgidamente con el juego, y peor aún: a colgar estandartes políticos y culturales de un deporte que debía de ser puro, neutro y casi sacro. Hitler y su Equipo nacional de la Wehrmacht(conformado por soldados de la SS y el ejército alemán) fueron de los primeros intentos por manchar al deporte de intereses que nada tenían que ver con el encanto de la habilidad y la colectividad.

Así el futbol comenzó a degenerarse en una versión alternativa, pero que como tumor, se desarrolló a la par de la original, en la que las masas se entregaban placenteramente al espectáculo, para ser maltratados, hurtados y amansados sutilmente por las cúpulas. El bello juego que nació a finales de 1800, se tornó en un show burdo que invitaba a la disgregación de los tontos, más que a la comunión de los alegres sabios.

Como bien dice el escritor y periodista, Eduardo Galeano, en su obra El fútbol: a sol y sombra, el balompié profesional se ha encargado de matar las pasiones, el amor por la pelota. La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí.

“El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un futbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía.”

Hoy, Brasil 2014, emerge entre los extremismos de estas dos versiones del futbol e inevitablemente nos propone una gran pregunta, ¿qué es un mundial?: ¿es acaso la oda al capitalismo neoliberal de nuestra época o un santuario al verdadero deporte, a la magia original de la pelota tan perdida en el tiempo?; o más complejo aún ¿qué es el futbol, nuestro futbol?: ¿sigue siendo ese deporte que inspira sueños, comuniones y construye fantasías, o más bien resulta la inevitable estructura, más financiera que otra cosa, impulsora de vanidades, individualismo y aplasta sociedades sin importar qué?

Los dos Mundiales

Brasil es zona de guerra. Un territorio acosado por la implacable realidad de un sistema que asfixia a las clases media y baja, para enaltecer la orgullosa figura del empresariado. Una nación roída por las exigencias internacionales, de instituciones que promueven el “juego limpio” de los billetes, y poco interés tienen en el “juego limpio” del ser humano. Y debajo de esa rapaz realidad, el balón y su inherente fantasía.

En su veinteava edición, el Mundial de fútbol se vuelve a enfrentar al cáncer que, casi desde su nacimiento como deporte internacional, a principios del siglo XX, lo ha acosado. Esa terrible enfermedad que antepone los intereses económicos y políticos por encima de la cultura, tanto deportiva como social. El triste síntoma por el cual la pelota ha sido tan denigrada a través de los últimos años, para verse tan sólo como un instrumento ideado para el control de masas y la estupidez humana.

Hoy Brasil 2014, fluctúa en un péndulo que ha desgastado su imagen radicalmente. Por un lado, la algarabía de recibir un magno evento deportivo como lo es el mundial; por el otro, la desilusión que conlleva el sacrificio y la explotación de un pueblo necesitado de un Estado benefactor, más que de uno radicalmente neoliberal. Pero la realidad es que los intereses de las cúpulas se han impuesto, como normalmente sucede, al beneficio generalizado, y el balón se ha manchado de sangre y lágrimas en ese triste traqueteo.

Hoy hablar del mundial es hablar de fabelas masacradas, transportistas inconformes, trabajadores de metro en huelga y casi la mitad de un país amante del balompié (42% según Milenio) volcado en contra de la justa futbolística. ¿Es esto verdaderamente un Mundial?

Sin embargo, seguramente los organizadores, la FIFA y las Federaciones, no deben de estarse lamentando por haber seleccionado a Brasil como país sede. A pesar de las diversas dificultades, de los retrasos en la construcción de estadios, de las manifestaciones y de la constante desaprobación de personalidades como el mismísimo Platini o Romario, se espera que el Mundial deje una derrama de 22 mil 500 millones de dólares para las arcas de la FIFA y el gobierno local. Con énfasis en los 4 mil 500 millones de dólares de ganancias que la FIFA se llevará por organizar la justa, según palabras de Jerome Valcke, secretario general del organismo rector.

Una cantidad nada despreciable, más en consideración de que Brasil gastará un total de 24 mil millones de dólares, para la realización tanto del Mundial como de los Juegos Olímpicos de 2016; y que ésta es considerada la justa mundialista más cara de la historia, con una inversión de 6.7 mil millones de dólares, únicamente para la construcción de los estadios.

Mientras, cientos de estudiantes exigen apoyo para la educación pública, cada vez más diluida por las tarifas escolares. Mientras , han habido acusaciones por explotación desmedida y casi un esclavismo tangible en la construcción de los diferentes recintos. Mientras, 18.6% de la población vive en pobreza extrema y se invierten 11 mil millones de dólares en publicidad y apoyo al sector turístico.

Brasil es la muestra clara de que los excesos políticos y financieros sólo llevan a la decadencia social. Mientras, el deporte sigue igual.

Esa es la imagen actual de un Mundial pero, va de nuevo la pregunta ¿ es esto verdaderamente un Mundial?

Y ¿dónde quedan las hazañas de Pelé en los setentas, el gol de Maradona en el Azteca, la magia de Platini y Zidane? ¿Los goles de Müller, las gambetas de Rivelino, los bombazos de Van Basten, la alegría de Eusebio? ¿El juego del siglo entre Alemania e Italia, la leyenda del Maracanazo y la fantasía uruguaya, la explosión española en su último y único campeonato mundial, orquestado en tierras africanas, o incluso historias tan conmovedoras y extraordinarias como aquella del humilde buque “tico” que llegó a costas brasileñas para derrumbar los mitos del rival pequeño?

Esto es realmente el fútbol, esto es el mundial. Hazañas, goles de antología, personalidades que pasarán a la historia por los siglos de los siglos. Una pasión que se inserta en las células cual implacable virus, que enciende cada partícula del cuerpo y la hace vibrar a sintonías impensadas. Y para que eso exista, no se necesitan millones de pesos invertidos en un estadio todopoderoso, que cuenta con una plaza comercial, cine, centro de recreación e incluso business center, como el de Castelao.

El buen fútbol se juega hasta en el barrio, en la calle, en el llano. Para los profesionales, sólo un verde campo de 100 metros de largo y 70 de ancho, bien cuidado y delimitado, es más que suficiente.

El balompié es magia, es amor y es fantasía, elementos que no dependen de la pesada esencia de los billetes. Pero el comercio se ve infinitamente potenciado cuando el balón rueda por el mundo, ahí la cuestión. El simbolismo del mundial, de la misma cultura deportiva, se enturbia cuando el espectáculo financiero sustituye el protagonismo del espectáculo deportivo. Eso es lo que ha pasado en la nación sudamericana.

Aquí la intención no es exculpar a Brasil 2014 de todas las acusaciones que se le han hecho, es imposible e ilógico hacerlo; pero sí separar la esencia del mundial millonario de la del gran deporte. Y sin duda alguna, que ambos mundos se hayan entremezclado y prevalezca el símbolo del dólar sobre la pelota, es culpa de la FIFA.

Una institución nacida bajo la utópica idea de unificar a las culturas a través de la alegría emergente del cuero. En 1904 Robert Guérin inició con el sueño. Carl Anton Wilhelm Hirschmann consiguió que la FIFA sorteara las crisis de la Primera Guerra Mundial y que en 1925, ya 36 países (incluidos los participantes y enemigos del magno evento bélico) constituyeran su estructura.

En 1930 el primer gran logro de la FIFA tuvo lugar: el mundial de Uruguay. En 1950, la FIFA le demostró al mundo, que una cancha podía devolverle la ilusión y el amor a la humanidad, a través de 90 minutos de éxtasis, solidaridad y comunión.

Hoy la Federación está muy lejana de esa antigua institución que veía en el fútbol una esperanza de paz y unidad. Hoy Brasil 2014 nos presenta una versión desgastada y corrompida de la FIFA; con un Joseph Blatter repleto de acusaciones y desprecio, con un Beckenbahuer suspendido por compra de votos, y un tremendo escándalo por incremento secreto de sueldos, para los integrantes del Comité Ejecutivo. Intereses, intereses y más intereses privados.

En ese mundo de millones y corruptelas, la pelota sobra.

Hoy, sin la esperanza ni el deseo de que se olvide el contexto brasileño, un gran mundial asoma la cabeza y nos presenta a una Chile que contra todo pronóstico eliminó al campeón del mundo en primera fase y llevó a 200 millones de brasileños al borde del suicidio. A un conjunto Argelino que demostró que el linaje de Rachid Mekhloufi y la selección del Frente de Liberación Nacional, siguen muy vigentes. A un México con ilusiones renovadas, dispuesto a apostarlo todo por una nueva travesía que muy pocos esperaban y cuya sorpresa presenta un futuro alentador.

Brasil 2014, como Mundial de futbol, es una Costa Rica que contra la lógica se postró imbatible ante tres campeones del mundo y dejó fuera a dos: Italia (del gran maestro Pirlo) e Inglaterra (de los históricos Gerrard y Lampard); y que por si fuera poco, reventó su pasado al acceder por primera vez a cuartos de final en una justa mundialista. Incluso, Brasil 2014 es un furioso y apantallante Iran, que por 105 minutos dejó la guerra y la crisis política atrás, para enfrentarse en un duelo a muerte a la Argentina de Messi y casi arrebatarles un empate histórico.

Esto es un mundial, son anécdotas, hombres y nombres, recuerdos que sin importar el paso del tiempo provocan una que otra lágrima. Es la comunión de sociedades enteras, al menos por un mes, es la atracción de los más apasionados y hasta de los menos creyentes. Eso es el futbol, eso es el deporte, son las cosas maravillosas que, en momentos oscuros, siguen representando una razón para continuar sonriendo.

Ahí está Brasil 2014, los dos Brasiles, el desecho por la “invisible” y demoledora mano del mercado, y el Brasil que canta, celebra y llora los goles del destino. Entonces ¿con qué mundial nos quedamos? Yo espero que con ambos, con las reflexiones que un magno evento como el presente acarrea y que obliga a realizar. Que nos quedemos con lo que la cultura del ser humano ofrece, las contradicciones y disputas inherentes a su desarrollo y que sepamos mediar entre ambos universos, que finalmente constituyen el presente en el que nos desenvolvemos.

Me parece que relatos como los de Argelia, los de Suiza, los de Grecia (que despreciaron los bonos que su Federación les ofreció por haber calificado por primera vez a octavos de final) los de Costa Rica, los de Colombia o los del mismo México, dejan en claro que en este mundial, los billetes de España, Portugal, Inglaterra o la misma Alemania, no importan ante la verdadera esencia de la pelota.

Podemos quedarnos con eso y pensar, que por lo menos en la cancha, el fútbol sigue luchando por conservar esa parte de su figura que lo hace tan especial. La magia de la pasión, entremezclada con el talento innato de estos artistas. Esa fue la receta para ver algunos fascinantes destellos de rebeldía en los campos brasileños. Esperemos que algún día, la lucha se extienda a las oficinas de los que se placen de “administrar”este bello deporte, y cimbren la dorada montaña que han construido para opaca la naturaleza de esta cultura universal.

 
 
 

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